En el último Festival Internacional de Cine de San Sebastián, el argentino Benjamín Naishtat recibió la Concha de Plata al Mejor Director. Después de dedicarle el galardón a sus "compañeros de trabajo", Naishtat agregó lo siguiente: "Hace algunas semanas en la Argentina cerró el Ministerio de Cultura: fue degradado en 'Secretaría'. [...] Ni voy a entrar a hablar de lo que están haciendo los improvisados que manejan la política pública en cine. Pero desde aquí quería decirle a esa gente, ya que tengo la oportunidad, que la cultura dignifica. Es parte de la dignidad de un pueblo, y la dignidad no se negocia.
El discurso de Naishtat se volvió viral, pero yo no lo vi hasta que me puse a escribir esta review de Rojo, el film que lo consagró en el mencionado festival español. Quizás esperaba que fuera más cáustico contra el gobierno. A diferencia de otros realizadores argentinos (como, por ejemplo, Juan José Campanella), Naishtat trata abiertamente la política en su cine, y lo hace desde una posición original y enteramente suya. En su anterior trabajo, El Movimiento, ya se veía esta posición, en exagerados trazos. Rojo, por otra parte, es mucho más sutil, y mucho más efectivo.
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| Darío Grandinetti, Andrea Frigerio y Laura Grandinetti son una familia argentina normal durante una época de la Argentina muy anormal. |
La trama de Rojo es un clásico de la literatura negra y el cine policial: un hombre que cree haber cometido el crimen perfecto va cada vez más y más lejos con tal de cubrir sus huellas. Es un cliché que sigue funcionando, pero aquellos que no sean tan fans del film noir no tienen de qué preocuparse. Esto es solo una excusa, o mejor dicho una herramienta, que le permite a Naishtat crear un penetrante retrato de la Argentina durante uno de sus periodos más oscuros: es 1975, y el golpe de estado ya puede sentirse en el aire.
Darío Grandinetti interpreta al doctor Claudio Mora, un respetado abogado de provincia, "un tipo común", que podría desaparecer en cualquier muchedumbre. Una noche tiene un incómodo cruce en un restaurante con un izquierdista caricaturesco (Diego Cremonesi). Este cruce culmina con la muerte del sujeto, no a manos de Mora, sino por su mano propia. Sin embargo, el doctor tampoco lo socorre; o sea, se mantiene en el medio de dos posturas sin hacer nada; un balance que a medida que avance la película le costará más y más sostener.
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| Alfredo Castro, en el rol de un detective chileno que llega al pueblo de Grandinetti para investigar la desaparición, es uno de los que más se luce. |
En Rojo, todos los aspectos técnicos trabajan juntos para reconstruir la época inmediatamente anterior a la dictadura militar, y el resultado tiene un efecto intenso e intoxicante. La dirección de arte y el vestuario son intachables y modestos, como corresponde. La fotografía, en cambio, es mucho más estilizada: en su uso de zooms y de lentes de enfoque profundo, está directamente inspirada por el cine de los años '70. Y uniéndolo todo, el gran ojo analítico de Naishtat.
Aunque el foco es sobre el personaje de Grandinetti, también hay pequeños episodios que siguen a su hija bailarina y su novio celoso, la visita de unos "vaqueros americanos" a la provincia, un eclipse lunar que tiñe de adivinen-qué-color la costa de Mar del Plata, y una publicidad real de época que tiene que verse para creerse. Naishtat es un artista que no puede ubicarse en ningún lado del espectro político argentino. Por eso Rojo está destinada a generar polémica en todos los sectores del mismo. Claro, si alcanza la plata para ir a verla (je je).
Aunque a algunos les pese, Rojo es una de las películas argentinas del año. Formidables actuaciones y una impecable puesta en escena nos sumergen en un mundo distante pero cercano a la vez, al que vale la pena regresar para saber qué hacer con el presente. Recomendada para todos aquellos a los que no les gustó El Ángel.
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