La película te satura de payasitos en sus primeros dos minutos: Jack (Christian Distefano, de Finding Christmas) festeja su cumpleaños y es fanático de los payasos. La torta, los vasos, todo, todo tiene payasos. Pero el payaso principal, el de carne y hueso, el animador, cancela su visita. Indignada por partida doble, su madre Meg (Laura Allen, The Collective) telefonea al padre del mocoso, Karlsson (Peter Stormare, Fargo), que no sólo aún no llegó al cumpleaños, sino que se ve obligado a sacar de la galera un Plan B para mantener en pie la ilusión del pequeño. Resulta que este padre, ocupado pero tierno y dedicado, es agente de bienes raíces, ¿y qué es lo que encuentra en una de sus propiedades, guardado en un viejo baúl? ¡Así es! Un traje de payaaaaso.
Creyendo que la buena suerte le sonríe, se lo pone y parte rumbo a su casa para animar él mismo la fiesta de cumpleaños. Pero, finalizado el festejo, no se lo puede sacar: es que no sólo se puso el traje, sino que también se convirtió en vehículo de un demonio que exige el sacrificio de cinco niños para dejarlo ir.
Creyendo que la buena suerte le sonríe, se lo pone y parte rumbo a su casa para animar él mismo la fiesta de cumpleaños. Pero, finalizado el festejo, no se lo puede sacar: es que no sólo se puso el traje, sino que también se convirtió en vehículo de un demonio que exige el sacrificio de cinco niños para dejarlo ir.
En primer lugar, la idea de encontrar el traje tan oportunamente me fastidió. Me generó la idea de “Aaaah, siii, tan fácil, justo ahí estaba el traje y justo él lo necesitaba, que estafa”... pero no. No es así. Es la voluntad propia de los objetos malditos, que como tienen su propio objetivo se acercan, deliberadamente a los humanos que podrían sacarlos de su inacción. Es el sentido completo de su ser: por algo están malditos. Más allá de usar al humano que los descubre para lograr su cometido, también tienen que lograr atraerlos hacia ellos. Y en este punto, como en tantas otras películas de terror, sucede algo que en la vida real no sucedería (de hecho sucede todo lo contrario, cuando buscás algo, desaparece); pero, ¿vale la pena mencionar que estamos viendo una película de género, el cual establece claramente sus reglas y su verosímil? No, no seamos giles.
Tim Curry, ¡volvé! ¡Te extrañamos! |
Por otro lado, el tema del género es quizás el punto más flojo: la historia se va narrando de manera clásica. Se dosifica de a poco la información: qué es el traje, qué ocasiona, de dónde salió y cómo librarse de él. Mientras tanto, en paralelo, asistimos a cómo la vida propia del traje se va apoderando de Karl, convirtiéndolo poco a poco en demonio y atravesando la necesidad de sacrificar niños para alimentarse. Lo cuestionable es que, al principio, la secuencia en que no puede sacarse el traje se desarrolla como un drama lleno de humor negro. De este punto en adelante la trama podría tomar absolutamente cualquier giro: da lo mismo que vire al terror o que continúe siendo un filme dramático con una gran preponderancia del absurdo, donde el principal obstáculo a superar es no poder sacarse el traje. Dato Nerd: quien se caracteriza como payaso para interpretarlo es el mismísimo director, Eli Roth.
Con los deditos, ¡no! |
Es por eso, justamente, que cuando comienza la cacería de infantes uno puede sentirse un poco... incómodo. Claro que no estamos hablando del Pennywise de nuestra querida adaptación ochentosa de It; éste es otro payaso. Con menos presencia, menos chapa. De hecho, la esposa, en plan de liberar a su marido de la maldición, termina cobrando más fuerza en la trama que el mismo protagonista. Al no tener tanta presencia el payaso en sí, cuesta creerse que avance tan firme en el camino de cumplir su cometido; si bien la voluntad principal pasa por el demonio originario poseyendo a Karl a través del traje, la poca voluntad que le queda a él mismo (sumado a la esposa y los distintos ayudantes que van apareciendo a lo largo de la trama), da la sensación de que el payaso no representa ningún riesgo. Y si efectivamente, para dejar ir a su esposo, le exige a Meg que traiga un nene más para completar el sacrificio de los cinco... medio que ya fue: da igual si mata a cuatro o mata a cinco. A menos que ese quinto sea, claro está, el hijo de la pareja.
La cuenta regresiva con la que la película pretende alcanzar el clímax se apoya en esta premisa. Pero tampoco logra tener fuerza, a uno no le genera ninguna empatía el hijo de ambos, más allá que lo hayan mostrado siendo víctima de bullying. No sólo no nos importa si muere, sino que, también, en un punto hasta lo consideramos justo: ¿Karl-payaso mató a cuatro chicos inocentes? Bueno, que mate a su hijo y vuelva a la normalidad, así al menos vive el resto de su vida atormentado por la culpa.
VEREDICTO: 6.0 - UNA PAYASADA
El Payaso del Mal es una película que, para disfrutarla, hay que romper con toda la solemnidad de la sala de cine. Si la ves, tiene que ser en un pijama party, con amigos, riéndote y comentándola. En ese contexto, es un plan increíble. Pero si querés ver algo en sala, seriamente, mejor andá a ver la israelí (o de por ahí), esa que se llama Omar.
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