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la cuarta pared

martes, 8 de septiembre de 2015

Ricky Fort: ascenso y caída de un héroe trágico posmoderno


By on 1:11 a.m.


Con motivo del estreno algún día (se viene retrasando hace tanto, que ya ni noticias tenemos) de Cuatro de Copas, ópera prima de Pablo Yotich, y la expectativa que genera el pequeño papel de nuestro querido y recordado Ricardo Fort (fallecido en 2013) en dicha película, decidí compartir con ustedes una pequeña teoría sobre Ricky que me viene dando vueltas en la cabeza hace un tiempo.

Nuestro mundo del espectáculo siempre ha sido ecléctico, amplio, bizarro, un crisol de las más diversas personalidades: gente con talento, gente con carisma y gente con... dinero.

La familia Fort construyó un imperio comercial a lo Willy Wonka: chocolatines Jack, barritas de cereal y paragüitas son algunas de las golosinas que han sabido darnos. Pero además nos dio una figura, cuanto menos, polémica: Ricardo.

Héroe popular.

Comenzamos con la siguiente afirmación: Ricardo Fort es un héroe posmoderno. Ahora, para sostener esta teoría, definamos en primer lugar algunos de los rasgos fundamentales de nuestra era contemporánea, la posmodernidad: el predominio de la imagen por sobre todos los otros valores, la ampliación de la brecha entre los más ricos y los más pobres, el tránsito constante por un contexto de hiperconectividad, así como el vacío y la angustia que nos genera ser fugaces, meros instantes, seres y circunstancias faltas de originalidad.

Yendo un poco (bastante) más atrás en el tiempo, nos remitimos a los orígenes de la civilización (¡paraaaaaaaaaaaa!). No, posta. Hay una figura originaria, retomada en múltiples relatos posteriores, que es el héroe trágico. Si nos atenemos a lo expresamente manifestado por Aristóteles en su Poética (sí, chicos, soy fan) tenemos que...
Queda pues un carácter intermedio entre los mencionados (venía hablando de tipologías de personajes), y éste será el que no es virtuoso ni justo en exceso, que cae en infortunio no por el propio vicio o maldad, sino a causa de algún error de juicio, habiendo vivido antes en gran gloria y prosperidad, como fueron Edipo, Tiestes y otros, hombres ilustres de antiguas familias [...] Por otra parte, el cambio de fortuna del héroe no debe ser de la desdicha a la felicidad, sino por el contrario, de la prosperidad a la adversidad, y este cambio no será a causa de alguna crueldad, sino por algún error grande de las personas que sean del talante mencionado.
Entonces, llega el momento en el que les blanqueamos la intención de esta nota, ¿no? Ricky sería una especie de héroe trágico, pero en un contexto posmoderno.

Mural homenaje en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
(¿Esos cinco muñecos de atrás? Ni idea quiénes son)

Alejado de su familia por motus propio, o por diferencias consentidas y oficializadas entre ellos, recién a posteriori de la muerte de su padre es que Ricardo regresa a la Argentina e intenta hacerse aquí un lugar en el mundo del espectáculo; lugar que en su adorada Miami no había podido conseguir. ¿Y cómo llegó a esa fama local? A través de la combinación de una serie de elementos posmodernos por excelencia: un reality show transmitido por internet donde mostraba sus viajes y sus excesos.

Vamos por partes: el reality show, formato televisivo derivado del libro 1984 de George Orwell, donde el "ojo" del Gran Hermano observaba y vigilaba todo, es el tipo de programa posmoderno por excelencia, la oficialización del voyeurismo, la confimación de la falta de ideas nuevas para contar, la magnificación de la cotidianeidad como show, una especie de documental en vivo las 24 horas del día. En el caso del chocolatero, tuvo una gran facilidad para acceder al formato por la masividad alcanzada en los últimos años por los equipamientos de filmación, algo que es tan cotidiano que ya nadie se plantea como un hito en la evolución cultural que ya todos podamos tener nuestra propia cámara para construir la imagen propia que queremos mostrarle al mundo. Igual no olvidemos que Ricky era multimillonario: si se le hubiera ocurrido la misma idea en la década del '80, por poner un ejemplo, den por hecho que iba a poner todo el dinero necesario para concretarla.

La misma internet que lo vio nacer le rinde culto todos los días.

¿Por dónde transmite entonces este reality? Por internet, la máxima expresión (hasta el momento) de la hiperconectividad mediante toda una galería de teléfonos inteligentes y dispositivos que nos permiten estar online todo el día, y de la fugacidad: movemos el foco de atención todo el tiempo al navegar varias páginas en simultáneo y el acceso a la información en cualquier parte del mundo es inmediata. Como lo que nos interesa es fugaz, no podemos evitar sentirnos de la misma manera: finitos, vacíos, limitados.

Y, coronando esta tríada posmoderna, la temática de dichos programas: el culto al cuerpo, la búsqueda de la perfección (ya no de una manera meramente atlética como la antigua civilización griega, sino también de la mano de medicaciones y bisturís) y los excesos económicos, la ostentación, el lujo: mostrar el despilfarro de manera casi cruel, rozando el grotesco.

De eso se trató su paso posterior por la farándula: de despilfarrar dinero, de ostentar. En busca solamente de la aceptación, ¿cuántas amistades duraderas y genuinas le hemos conocido?

En todo su apogeo, Ricardo vivió como quiso, siendo la figura central de los espectáculos que también producía. Pero, ese mismo narcisismo, esa misma vanidad fue el defecto que lo encegueció y le terminó dando un cierre trágico a su vida. Ese exceso de musculación le resintió la rodilla, y esa ostentación de dinero atrajo a su entorno gente solamente interesada en lo material. Y cuando necesitó contención y cuidados, no los encontró, estaba solo. Y solo, como en el fondo siempre había vivido, fue que murió.

Ese error, ese estar aferrado a lo material y no cultivar afectos genuinos, es el error del héroe trágico que termina ocasionando la decadencia.

En las puertas de la beatificación.

Aristóteles se volvería loco con Ricky: un personaje entrañable, carismático, proveniente de un linaje prestigioso, con todo dado para triunfar, pero ahogándose en su propia vanidad, cayendo por el peso de su propio gran defecto; dicho de manera más dramática, cavándose su propia fosa.

Y es justamente su muerte lo que termina de consolidar la tragedia, lo que termina de cerrar ese cambio de fortuna desdichada: de la muerte no hay vuelta atrás, no hay nada que lo saque de ahí, es irreversible, una caída libre eterna a la que fue empujado por su propio anhelo de perfección, un destino anticipado por su desarrollo pero no por ello menos impactante al concretarse.

Quizás, si hubiera seguido vivo, su momento mediático hubiese terminado. O él mismo hubiera bajado su perfil. O hubiera seguido, a lo Mirtha Legrand cumpliendo quichicientos años con sus almuerzos. Pero no, su muerte, mediatizada y polemizada a más no poder, cerró la historia, selló el mito. Porque, querramos o no, Ricardo Fort es nuestro último héroe trágico posmoderno.


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