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la cuarta pared

martes, 7 de abril de 2015

¡Feliz cumple, KING KONG!


By on 9:41 p.m.


Hoy se cumplen 82 años del estreno de la primer película de King Kong, con esa preciosura de mono animado en stop-motion dirigida por Merian Cooper  y  Ernest B. Shoedsack, que narra la historia del viaje de un grupo de cineastas a la Isla Calavera con la excusa de filmar una película, isla donde habita Kong, un mono gigante alabado por los nativos, a quien realmente quieren filmar. Lo que sigue es hiper conocido: el mono se enamora de la chica, lo sedan, lo llevan a la ciudad y lo exponen, hasta que, enloquecido por la exposición a la que es sometido, escapa y lo terminan matando al verlo convertido en una amenaza.

Esta versión original ha generado múltiples remakes, siendo las más recordadas la de 1976, dirigida por John Guillermin,  la de 2005 de la mano de Peter Jackson,  aquella gema de 1962 donde se enfrenta a Godzilla y muchas más, incluso en un recordadísimo episodio de Los Simpsons (cuando estaba buena).

Todos sabemos, entonces, quién es el simio gigante. A todos nos llegó su historia por cualquiera de las reversiones que ha tenido. Sabemos quién es, pero ¿sabemos qué significa?

A mí en particular la historia del monito me dispara un montón de metáforas relacionadas con la vida cotidiana que llevamos. Noto que los humanos siempre aparecen al inicio de la película inmaculados, "civilizados", en búsqueda del progreso, en un barco enorme y en algunos casos zozobrando una tormenta (dominando a la naturaleza), y no puedo evitar relacionarlos con la imagen que la humanidad tiene de sí misma: buscar la evolución, correr detrás de la tecnología, superarse, y que la naturaleza no moleste. En cualquier aspecto de la vida el hombre se planta de esa manera, es como una actitud general llevada a una situación particular en la película.

¡Holis!

La manera de mostrar a los nativos, también: en masa, bailando, con música exótica, en un escenario casi prehistórico, donde el hombre civilizado los tiene que filmar, grabar, fotografiar, guardar registro para corroborar su existencia; como esa tendencia actual de las redes sociales de fotografiar todo lo que hacemos y todos los lugares donde estuvimos: la existencia de las cosas deja de estar en las cosas mismas y pasa a cobrar vida en la imagen que la retrata.

Acá, en medio del tole tole con Godzilla (1962)

El trato con el mono es el mismo, de hecho registrarlo es la intención original del viaje, hasta que se dan cuenta que, usando la belleza de la chica (Fay Gray en la versión original) podían atraerlo, capturarlo y trasladarlo a la civilización. Acá la reflexión se bifurca: por un lado, aparece la mujer objeto, la belleza femenina como señuelo (una porquería), pero a la vez está el deseo de ella de acercarse a la criatura, por simple curiosidad ingenua, curiosidad que es aprovechada para secuestrar al mono. El secuestro en sí nos lleva a otra cosa: ¿por qué el hombre tiene ese deseo de poder tan desmedido? ¿Por qué tienen que sacar a Kong de su hábitat natural y simplemente, exhibirlo? ¿Nunca a nadie se le ocurre que si el mono vive en la isla es porque, justamente, es allí donde debe estar? ¿Por qué y para qué, incluso, atacar de manera colateral a los nativos, que viven según sus usos y costumbres, sin molestar a nadie, y arrebatarles a su dios? La naturaleza humana puede albergar bondad, generosidad y amor, pero el comportamiento que tiene para con lo desconocido sigue siendo polemiquísimo.

Acá, re tiernis, en la versión de 2005.

La última vuelta de tuerca sobre este comportamiento es la reacción cuando las cosas se les van de las manos en la ciudad. Kong solo estaba enamorado de la chica, y huye a buscarla. En el camino obviamente va destruyendo todo, pero no es una destrucción como la que propicia el ser humano a conciencia en las guerras o contra la naturaleza, es una destrucción derivada de que la ciudad no está pensada para él; él tiene que vivir en la jungla, ese es su hábitat, en cualquier otro sitio o colisiona el lugar o colisiona él (por ejemplo, si lo encierran en un zoológico), es como el borracho que hace lío en una fiesta y dice: "¿si ya saben como me pongo para qué me invitan?". Ese es King Kong, naturaleza, salvajismo, un estado incompatible con el espacio al que lo llevan a la fuerza, y es esta incompatibilidad, alejadísima de cualquier tipo de maldad la que propicia el caos.

Pero, otra vez, el hombre no lo entiende, interpreta nuevamente una acción animal como un acto humano, se siente amenazado, con miedo, y toma la iniciativa de la destrucción. El primer paso ante lo desconocido es dominarlo y, si falla, se pasa al segundo: destruirlo. Como en el Jorobado de Notre Dame (la posta, no la mariconeada de Disney). Como en Frankenstein. Como en la vida real, donde se desmantelan reliquias de la antigüedad para sacar pedazos y exhibirlas en museos. La preservación es una palabra que la humanidad parece no conocer. El anhelo por conocer y dominar todo es también el camino a la destrucción. 

King Kong no es sólo la historia del monito. Es la puerta para pensar un montón de cosas: quiénes somos, qué queremos, cuáles son nuestras prioridades, cuáles son nuestros principios. O al menos a mí me pareció eso.

Y a ustedes, ¿qué les parece?


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