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la cuarta pared

lunes, 20 de abril de 2015

BACKSTREET BOYS: Show 'em What You're Made of


By on 9:54 a.m.







Ultimamente -y por suerte- las pantallas ampliaron su oferta a estrenos especiales, con proyecciones limitadas. Este Martes 21, y sólo este Martes 21, llega Backstreet Boys: Show 'em What You're Made of. Nosotros ya la vimos y nos pasaron un montón de cosas.

El 19 de Abril de 1993, Brian Littrell, de 18 años en ese entonces, recibió en el colegio un llamado telefónico de su primo Kevin Richardson (que trabajaba como Aladdin en el Disney World de Orlando) para viajar a Florida a un casting para formar parte de un grupo musical, patrocinado por el multimillonario Lou Pearlman, quien ya había reclutado para él mismo a A.J. Mc Lean, Howie Dorough y Nick Carter (previa renuncia a formar parte del mítico Club de Mickey Mouse, semillero de figuras como Britney Spears y Justin Timberlake). El grupo, como una versión mejorada de New Kids on The Block, se llamó Backstreet Boys.

Ganando terreno al principio más fuerte en Europa que en los Estados Unidos, que finalmente también cayó rendido a sus pies, la mezcla de hits pegadizos, carisma y belleza (obviamente) de los cinco chicos derivó en un fenómeno pop que sigue vigente, a 20 años del lanzamiento de su primer simple, "We've got it goin' on".

Sabiendo que su origen no es más que el negocio de un millonario, no podemos dejar de pensar: ¿Por qué los queremos tanto? ¿No deberíamos indignarnos ante el surgimiento de estos grupos de casting frente a las bandas que arrancan en un garage y se van abriendo caminos sin un magnate detrás? Y es justamente de esta pregunta que parte la película: completamente conscientes de sus orígenes, se comparan con Pinocho, que empezó siendo un niño de madera, y con la fuerza de su propia convicción se transformó en un niño de verdad. Ese recorrido, de una banda pop prefabricada a un grupo que marcó una generación y sigue vigente (por ejemplo, revisitada en el final de This is The End) es el punto de análisis que marca el eje del documental. Ya maduros, comprenden la magnitud de lo que significó su auge y la vertiginosidad de su éxito, de la que salieron gloriosamente ilesos.

El documental, dirigido por Stephen Kijak (Stones in Exile, Cinemania), además de la reflexión grupal, deja a cada uno de los integrantes un momento para contar algo de sí mismos y a lo largo del recorrido acompañamos a nuestros amigos al recuerdo de duros momentos en sus respectivas vidas. Lejos de ser golpes bajos, las anécdotas reales nos muestran una veta humana que muchas veces los rockstars parecen no tener: sufren, tienen obstáculos personales, maltratos familiares, problemas de salud. Salen adelante, llegan a la cima, se hacen fuertes partiendo de sus propios dolores. Maduran, cargan culpas, remordimientos, y responsabilidades en sus espaldas. Y triunfan.

Frame de Everybody: el mejor videoclip del mundo después de Thriller.

Cuando uno es adolescente no se plantea estas cuestiones. Uno piensa en dos cosas: taparse los granos, y pertenecer. Pertenecer... ¿a dónde? A un grupo, a una masa. Uno busca su identidad, se descubre, se construye. Pero siempre necesitamos ayuda. Para definir la identidad propia tendemos a marcar determinados limites: cómo nos vestimos, qué actividades realizamos, qué música escuchamos. Y dentro de la oferta más popular y cool  que teníamos los que nacimos entre 1980 y 1990, estaban ellos.

La adolescencia en los '90s y principios del 2000 era un montón de cosas hermosas: averiguar en la guía el teléfono del chico que te gustaba y tener que llamarlo a la casa a riesgo que te atiendan los padres, el cambio de un festejo de cumpleaños por la tarde (con globos y cotillón), a los asaltos a la tarde-noche (donde las chicas llevábamos comida y los chicos bebida y solías morir de sed), el pasaje de La Mancha y la Escondida a la botellita y el Verdad-Consecuencia, el llenarte las tardes de calle que antes no tenías. Las chicas cambiábamos el vestido bobo por las remeritas que dejaban ver el ombligo y los chicos empezaban a usar jeans rotos y gastados. MTV dominaba la tele de los que tenían cable, con Beavis and Butthead a la cabeza, y a nivel local nos volvía locos Cha-Cha-Cha. Internet recién asomaba, y casi nadie tenía celular. La (dichosa) falta de hiperconectividad te obligaba a interactuar cara a cara con la gente, intercambiabas con tus amigos cartas y dibujos en papel, las selfies no se llamaban selfies, y las podías ver recién después de revelado el rollo de la cámara de fotos. No existía Youtube ni la descarga de música, y si eras tan pobre como para no poder comprarte un cassette original (ni hablar de esa tecnología maravillosa recién llegada llamada CD), tenías que grabar la música de la radio rezando que los locutores no hablen encima del tema. Todos los momentos de la vida conllevan una banda musical, y esa transición maravillosa, esa ruptura con castillo de cristal de la infancia se dió al ritmo de los Backstreet, de las Spice Girls,  de la Shakira gordita y de Green Day si eras más rockerito (chicos, chicos, ¡no existía el reggaeton!). 

Foto de 1995. Sí, eran unos peques hermosos.

La adolescencia es, entre muchas otras cosas más, el punto de inflexión entre comerse los mocos y empezar a tomar decisiones por uno mismo respecto a tu futuro: este camino es el que ellos transitaron en estos veinte años. De ser adolescentes que seguían instrucciones y eran empujados constantemente a facturar, facturar y facturar, llegaron a ser hombres maduros que disfrutan escribir sus propias canciones, que se hacen responsables por sus decisiones y que navegan en la plenitud de una libertad artística que nunca antes habían tenido.

Por eso los queremos tanto. Porque crecieron a la par nuestra. Asumieron responsabilidades sin olvidarse dónde estaban hace 20 años, e hicieron de ese origen una bandera que defienden a toda costa. Ya va siendo hora que suenen en la Aspen al lado de grandes clásicos, porque a esta altura del partido ya lo son, ya nos demonstraron de qué están hechos. Cuando hay una implicación sentimental tan grande con la temática de un documental, es imposible hacer una crítica mala. Porque te olvidás de la estructura, del encuadre, e incluso podés ignorar si se escucha bien o mal. Es como tener puesto un marcapasos inteligente que tipea por vos.

Backstreet Boys: Show 'Em What You're Made Of, no es un documental sobre los Backstreet Boys ni un filme comercial que presagia la gira mundial: es un flashback a tu propia adolescencia. Y no tenés la posibilidad de viajar en el tiempo todos los días.



Por si no lo recordás, te dejo el Harlem Shake que hicieron, sumándose a la (nefasta) moda, que ya pasó de moda, valga la redundancia, pero ganándose en ese momento de los corazones de aquellos que aún dudaban de lo geniales que son estos pibes.



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